El reloj marcaba las 8:30 de la mañana del jueves cuando Tania, su madre y su hija de cinco años, Victoria, emprendían un viaje rutinario hacia la ciudad de Neuquén. Nada parecía fuera de lo normal. El destino era una consulta médica; el camino, familiar. Pero a la altura de la rotonda que une Plottier con Neuquén capital, todo cambió en cuestión de segundos.
“Escuché un ruido raro atrás. Mi hija se despertó, la miré y le dije: ‘Hija, estamos llegando’. Pero no respondía. Me miraba fijo, sin respirar”, relata Tania. La reacción fue inmediata: frenó el auto en plena rotonda, sacó a su hija de la butaca y comenzó a practicarle maniobras de reanimación.
Victoria no respondía. El aire escaseaba, no solo en los pulmones de la nena, sino también en los de su madre, que gritaba desesperada por ayuda. Fue entonces cuando sucedió algo que muchas veces parece olvidado en la rutina del tránsito y las prisas: la humanidad se activó.
Una cadena de auxilio en medio de la nada
En un lugar donde la señal de celular no llega y los minutos valen vidas, camioneros, conductores particulares, trabajadores de empresas y transeúntes dejaron todo para ayudar. Un hombre se acercó a la escena y, junto a Tania, intentó traer a Victoria de vuelta: “Dale, chinita, volvé, no nos dejes”, repetía.
Otros buscaron señal en la zona para contactar a emergencias, mientras el tiempo se diluía como arena entre los dedos. “Fueron minutos eternos. Mi mamá pedía ayuda y yo solo pensaba en no dejar de hablarle, que supiera que estaba ahí”, recuerda Tania.
Una camioneta roja de una empresa se detuvo. Del lado del conductor, un hombre; como acompañante, una mujer llamada Eugenia, que sin pensarlo dos veces ofreció subirlas: “Subí, mamá. Te llevo al hospital. No esperes más.”
El grito que lo cambió todo
En el asiento trasero, mientras la camioneta volaba hacia el hospital de Plottier, Eugenia continuaba con las maniobras de RCP. Lágrimas y silencio. Hasta que un sonido cortó el aire: Victoria vomitó y empezó a llorar. El grito de la vida.
“Fue ahí cuando nuestras almas volvieron al cuerpo”, dice Tania. “Eugenia lloraba conmigo. Escuchábamos su voz decir: ‘Mamá, mamá’… y no podíamos creerlo”.
Victoria llegó consciente al hospital. Sus signos vitales estaban estables. Fue derivada a la Clínica San Lucas de Neuquén para estudios de mayor complejidad. El antecedente de una hemorragia cerebral por prematurez encendió las alarmas, pero los resultados fueron milagrosos: no había rastro alguno de daño.
Una tomografía cerebral, análisis de sangre, placas de tórax, y un encefalograma confirmaron que la niña estaba bien. “Ni siquiera apareció la vieja hemorragia. Todo salió limpio”, cuenta su madre, entre gratitud y asombro.
La nena que volvió a jugar
La historia tuvo un final inesperado: Victoria fue dada de alta al día siguiente, aunque se resistía a dejar la habitación. “No quería irse porque enfrente había una sala de juegos”, ríe Tania. “Así que fuimos al Jumbo como cada vez que viajamos, como si nada hubiese pasado”.
Lo que sí cambió, fue la manera en que la familia mira el mundo. “Hay gente buena, muy buena. A todos los que frenaron, a los que ayudaron, a Eugenia y su compañero, al personal médico de Plottier y San Lucas, al neurólogo, a mis padres, a mi pareja Fabio que recorrió todo para estar con su hija… Gracias. No tengo palabras”, dice Tania.
Y concluye con una fe que trasciende el relato: Dios hizo su voluntad. Victoria salió victoriosa.








