C.R.O. llega al Ruca Che con el aura de quien ya no tiene nada que demostrar, pero igual lo hace. Este 24 de mayo no será un show más: será una validación brutal de que la música urbana, esa misma que el mainstream miró con desdén hasta que empezó a facturar, ya es dueña del relato, del volumen y de la convocatoria.
Tomás Manuel Campos nació en Plottier y, como muchos, empezó rimando para no reventar. La diferencia es que él no se quedó ahí. Transformó el freestyle en oficio, y el oficio en arte. Mientras las discográficas todavía creían que el rock podía revivir, él ya estaba produciendo beats con la precisión de un relojero suizo y el filo de un pibe que vivió todo demasiado rápido.
“Malos Cantores”, su nuevo disco, es una trilogía en proceso. Dos partes afuera, la tercera al caer. No es solo un álbum, es un statement. Y no cualquier statement: es una colección de himnos existenciales en clave de trap, con espíritu grunge y sensibilidad dark. C.R.O. hace canciones para una generación que creció sin certezas, sin MTV, pero con Wi-Fi y ansiedad.
¿Quién más puede alinear en el mismo disco a Airbag y a Neo Pistea, a Bhavi y a La Zowi, sin que parezca un collage oportunista? Nadie. Porque lo de C.R.O. no es pose ni estrategia: es coherencia artística. Es identidad. Suena oscuro, vulnerable, peligroso y adictivo. Como el mejor rock. Como el peor día.
En paralelo, “Ahora es Religión”, su disco con Bardero$, terminó de sellar la evolución de esa dupla que pateó la puerta del juego hace una década. El hip hop nacional ya no necesita mirar hacia afuera: se mira al espejo, y ahí está él.
Y mientras en la Ciudad de Buenos Aires se preparan para recibirlo el 13 de junio en el Movistar Arena, el tipo vuelve primero a su tierra. A Neuquén, al Ruca Che, al estadio que cumple 30 años y que alguna vez soñó con shows como este. Lo de C.R.O. va a ser más que un recital: será una toma de poder.
Porque sí: hoy el trap llena estadios. Y lo hace con canciones que no necesitan riffs para sonar pesadas, ni solos para ser épicas. C.R.O. no imita al rock: lo reemplazó. Lo resignificó. Lo enterró con respeto, y sobre su tumba armó algo propio. Algo nuevo.
Hay una generación entera que no necesita guitarras para sentir furia. Y C.R.O. es su vocero más lúcido, más crudo, más auténtico.
El 24 de mayo, en el sur, la historia no se repite. Se actualiza.








