Cutral Co amaneció cubierto de nieve aquella madrugada del 25 de julio de 2020. Una vecina del barrio San Martín, horrorizada, avisó a la policía del hallazgo de un cuerpo envuelto en telas en “la casa de Tarigo”; sin saber que ese horror solo era la punta del iceberg para un crimen sin precedentes en Cutral Co, que por semanas tomaría relevancia nacional.
En contexto, esa casa pertenecía a Rodrigo Leiva Carrasco, un hombre conocido como Tarigo en todo el barrio San Martín y sus alrededores por ser un “loquito”. Lo calificaban como una persona que vivía casi en situación de indigencia en el departamento que supo ser de su madre. Lo recuerdan como un hombre preso de las adicciones y de aspecto totalmente descuidado. Los vecinos cuentan que siempre estaba en la calle, que pedía comida y plata y que, a veces, se tornaba violento.
Producto del consumo problemático, Tarigo solía reunirse con otras personas en situación de calle a compartir bebidas y pedir monedas en distintos lugares, pero uno recurrente era una vieja garita a la vera de las vías y la ruta 22; y a metros de las estaciones de Servicio de Primeros Pobladores.
Se cree que allí conoció a los otros dos protagonistas de esta historia: Juan Horacio Panitrul, la víctima; y Daniel Silvera, quien primero se creía cómplice y luego pasó a ser un testigo. La investigación fiscal pudo ubicar por las cámaras urbanas y los testigos a Panitrul junto a Leiva Carrasco días antes de lo ocurrido, siempre ingiriendo bebidas alcohólicas, a cualquier horario.
Volviendo a aquel 25 de julio, tal vez la helada y nevada noche del 24 fue el motivo por el que Leiva Carrasco ofreció su casa para juntarse y Panitrul y Silvera lo acompañaron.
“Era un lugar sumamente desordenado, que dan cuenta del estilo de vida de esta persona” describió el fiscal Gastón Liotard, que coordinó todos los allanamientos realizados en el lugar. Los tres juntaron algunos pesos, compraron alcohol y pidieron otro poco más fiado y finalmente se quedaron en el departamento del bloque A21.
Mientras pasaban las horas y continuaba el consumo, hubo un punto de inflexión que motivó una pelea. De lo que pudo saberse, Leiva Carrasco se tomó a golpes con los dos visitantes y Silvera, lastimado por la pelea, decidió irse del hogar.
De acuerdo a la teoría fiscal, Panitrul estaba débil y casi no podía moverse por su avanzado estado de ebriedad. “Leiva Carrasco le dio un golpe certero con un palo en la cabeza, provocándole una herida mortal, y luego continuó apuñalandolo en ocasiones reiteradas de forma previa y posterior a la muerte”, describió el fiscal.
Las 300 puñaladas
El número real de heridas de arma blanca crecía con el paso de las horas hasta redondear en “casi 300”. Muchas de ellas fueron en una misma herida u orificio y se repartieron por casi todo el cuerpo.
La calificación de las heridas fue un detalle del que el sensacionalismo se colgó: las mutilaciones y lesiones de carácter sexual -como las describió el fiscal- fueron los aspectos de los que más hablaron los medios de la región y el país que mencionaron el caso.
Sin embargo, pocos repasaron que el cuchillo no fue el arma homicida. “Cuando terminamos de cerrar el tema de las puñaladas, el forense me llamó y me dijo que la muerte fue por un golpe en la cabeza” rememoró Liotard. Por eso fue necesario regresar a la casa, volver a allanar y, finalmente, hallar el arma homicida.
El expolicía
Otro detalle del sensacionalismo fue la identificación de Juan Panitrul como el expolicía separado de la fuerza por ser alcohólico. “Él era un padre de familia, hacía todos los asados, era fanático de River y había empezado a estudiar enfermería en la Cruz Roja”, decidió recordar Yanet, su esposa, en los días posteriores al crimen.
El paso de Panitrul por la policía del Neuquén fue fugaz y casi no tuvo relevancia para su vida privada, pero durante el proceso y aún hoy, sigue siendo la manera de mencionarlo en los medios.
Caso cerrado: El perfil psicológico y el concepto de Justicia
En una primera etapa, Leiva Carrasco y Silvera fueron imputados por el crimen, pero finalmente Silvera fue separado al constatar que no solo no participo del crimen, sino que se había ido del lugar antes.
Por su parte, Tarigo fue sometido al proceso y a varios exámenes psicológicos y psiquiátricos que demostraron que su situación de consumos y adicciones, sumados a su estilo de vida y otros condicionantes, lo convierten en una persona que “no tiene gobierno sobre sus acciones”. En pocas palabras, es inimputable y no puede ser condenado por su brutal crimen.
Sin embargo, eso no lo separa de un proceso legal y la intervención del estado: Dada su condición, se encuentra bajo internación y acompañamiento terapéutico y hoy se lo califica como una persona que no representa riesgo para su propia vida ni para terceros.
Entonces, ¿se hizo justicia? El fiscal Gastón Liotard explicó que “se hizo lo correcto” dentro de las facultades del estado. El homicida fue sometido a un proceso y se actuó de acuerdo a los derechos y garantías del código procesal penal, pero, se hizo justicia? Ni siquiera una condena alcanzarían la familia de Panitrul a dejar atrás el dolor, y menos aún ante un crimen tan aberrante. Se hizo justicia? Qué es la justicia?