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¿Conocés la historia de Patty del cerrito de Cutral Co?

Hace unos años estaba en el primer piso de la Municipalidad de Cutral Co y apareció Patty desde una oficina.

“Hola”, dije. Y me tomó de las manos, lo que me sorprendió un poco. “Hola, como estás. Que tengas muchas bendiciones en tu vida”, me dijo. Y se dio vuelta para seguir su camino. Creo que no alcancé a responder nada, pero me quedó una sensanción rara, que aún hoy no puedo definir.

Hace unos meses, en Cutral Co al Instante publicamos que había fallecido y surgió mi curiosidad. No viví siempre en esta ciudad y no conocía su historia. Hablé con varias personas que la conocieron y así reconstruir, por partes, lo que fue su vida.

Esta no es una defensa de sus decisiones, no es tampoco una forma de juzgarla. Es la historia que yo encontré y que quiero contarles.

Nacida y criada

Dora Panchenko nació el 10 de agosto de 1940 en Campamento Dadín, en años en los que el petróleo todavía sostenía a los campamentos cerca de Filli Dei y en los que Cutral Co tenía solamente siete años de vida.

Tenía orígenes europeos y se notaba. Era alta, rubia y aseguran que muy linda. De adolescente ya se hacía notar. Se vestía mucho más osada que sus compañeras y llamaba mucho la atención de los jóvenes varones del lugar.

Decidió, como muchas mujeres en aquella época, estudiar enfermería lejos de la zona. Y regresó con el título. Poco más se sabe de esos años.

En poco tiempo comenzó a trabajar en el hospital rural de Cutral Co, en aquellos años en los que Aldo V. Maulú era el director. Hizo muchos amigos y amigas. Ellos contaron que no era igual a las demás enfermeras, que tenía la capacidad de calmar a los pacientes alterados, que su empatía era poderosa y que le permitía ser mejor en su profesión.

Dorita era bellísima mujer, buena. Me impactaba de que veía más allá, ella me decía cuando tengo una paciente difícil le pongo las manos en la panza y las voy guiando. Yo no la entendía”, contó Tito Palacios, también enfermero.

Tito la describió como alta, rubia, hermosa, Dora podría haber salido con cualquiera. Pero se enamoró perdidamente de un médico recién egresado que revolucionó la época. La experiencia no fue buena, la dejó al borde del suicidio tras numerosos engaños y humillaciones.

Pudo rehacer su vida a fuerza de voluntad. Pero el desengaño dejó su huella y comenzó a interesarse más en los fenómenos metafísicos y creyó que había adquirido poderes curativos. Según Tito “lo primero que escucho en el trabajo, es que tuvo contactos extraterrestres y le dieron poderes para curar. En el 80 casi, en 1977 fue el curso de Alfa Control Mental y eso le cambió su visión. Ya estaba viviendo con su esposo en la casa del 25 de Mayo, yo fui a acompañar a mi hermana que quería que la curara y ya no era la Dorita que yo conocía. Todavía era enfermera, pero del hospital YPF”.

La mística y la religión

Aquí se hace más difícil saber quién dice la verdad. Algunos sostienen que Dora creyó haber tenido contacto con extraterrestres, otros que utilizó sus conocimientos de metafísica para leer las cartas y hacer curaciones.

Para este tiempo, Dora había contraído matrimonio y tuvo tres hijos. Pero no era feliz, su marido no entendía su necesidad de compartir sus poderes y era violento con ella.

Alicia, la mujer que la ayudaba en su casa del barrio 25 de Mayo, asegura que tenía decenas de personas todos los días en su casa. Que daba turnos para atender todo tipo de afecciones y que incluso la curó a ella.

“Ella vivía en el 25 de Mayo, hace 37 años, atendía a mucha gente, hizo milagros la Patty. Ella me invitó a trabajar y yo le dije que estaba embarazada pero me dijo que más que nada era para que la acompañara. Que la ayude a dar turnos a la mañana, entre 10 y 15 turnos por día“, me contó Alicia Quiñiñiri.

Los milagros de la Patty la dejaron sorprendida e incluso dijo que la curó a ella también. “La gente llegaba con males que les habían hecho y ella los aliviaba. A mi me curó el pecho, tenía una tela metálica y me dolía. Ella me medía todos los días y yo decía me voy a curar. Un día dejó de dolerme y al otro me bañé y me saco el corpiño y se me cayó la tela que me habían puesto los médicos. Y ella me dijo: Gloria a Dios, se sanó”.

Aún cuando “estaba confundida” (según los feligreses de su iglesia) fue una época de mucho movimiento espiritual. Todos aclararon que no aceptaba dinero y que aseguraba que la obra no era suya sino de Cristo.

El camino de la religión la llevó a tomar una decisión drástica en su vida. Contaron sus allegados que tuvo una revelación divina que le indicó el cerrito como el lugar donde debía crear una iglesia.

“Ella tuvo una revelación del Padre, ya venía trabajando y le sacó todo eso que no estaba bien, lo de tirar las cartas y medir. Y la manda a buscar. Ella dejó todo, quemó las barcas (como le gustaba decir). Hasta ese momento le gustaba salir a bailes, se ponía uñas postizas, y dejó todo. Era puro campo en el cerrito en esa época”, contó su hija, que ahora vive en el Cerrito.

Dora dejó a su marido y sus hijos para vivir en medio del desierto, sin servicios ni cobijo. Y se puso su túnica blanca que ya no abandonaría. Fue un duro golpe para sus hijos, que sintieron el abandono sin entender. Algunos se alejaron, otros se quedaron cerca a pesar del dolor.

En aquellos años de la década del 80, Dora pasó a ser Patty (de unir Paz, Amor, Tu, Yo) y se dedicó a evangelizar. Movió multitudes en sus reuniones de sábado. Se construyó una casa y un templo en el cerro.

Pero fueron tiempos duros. Vivió primero en una piecita y luego se hizo un altar, que en la iglesia denominan grutita. No sólo fue difícil por las condiciones de vida sino porque también hubo mucha humillación. “Se vino sola, se separó de Pedro (su primer marido) y seguía predicando el evangelio. Le decían que estaba loca, que era una bruja, le tiraban piedras, la ofendían. Los niños se asustaban, le gritaban en la calle. Todo el pueblo este, vino acá, se sanó, hay grandes testimonios, pero después de recibir bendición hablaban mal de Patty”, contaron en su iglesia.

En medio de las tareas de la nueva iglesia conoció nuevamente el amor, aseguran que fue feliz con su segundo marido que falleció sólo unos meses antes que ella.

“Juan Bautista Sepúlveda, fue el segundo esposo, llegó con problemas de alcoholismo. No había techo en la iglesia cuando llegó y él se puso a colaborar. En esos días se llenaba de gente el templo, con cáncer, ciega, en sillas de ruedas. Juan empezó a entregarse al señor, se liberó. Después él empezó a pedir una compañera en oración, él se enamoró y ella lo echaba, no quería saber nada pero en el año 88 el Señor los unió y en el 90 se casaron”, me contaron.

Sólo la fe

Pero esas multitudes se transformaron en menos cantidad de gente y las dificultades de salud se hicieron mayores.

Las integrantes de la iglesia aseguran que nunca perdió la fe, que seguía predicando. Aunque sus capacidades mentales cada vez fueron menores. Un accidente doméstico hizo que sufriera una fractura lo que le provocó mucho dolor. Finalmente un día antes de cumplir 78 años murió en el Sanatorio Huincul, en el mismo lugar donde había trabajado como enfermera.

Sus feligreses aseguran que seguirán con su misión, porque Dora se los pidió. Y ese será su legado.

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