El auge de la cerveza artesanal se instaló en la ciudad con fábricas y bares donde no sólo se retiran botellones, sino que se entabla la vieja relación de los bares que años atrás parecía perdida.
“Es algo que está pegando excelente, buscamos cambiar la cultura, que se empiece a tomar cerveza tirada porque es algo distinto y muy rico” explica Leonardo Ortiz, de la cervecería Dwarf, uno de los espacios en la ciudad donde revivió la tradición de los barriles y botellones. Y es que el boom de las artesanales no es novedad, pero en la ciudad la aparición de estos bares fue sorpresiva y se dio en cuestión de meses porque de apoco fueron más los que se convirtieron en fanáticos del peculiar sabor y la textura de las distintas variedades.
La cerveza artesanal se distingue de la comercial por su calidad y precio, con variedades que difieren en graduación alcohólica, color y preeminencia de alguno de sus ingredientes. “IPA, Scottish y Golden son algunas de las más elegidas pero tratamos de mantener una rotación permanente para que el cliente pueda probar y llevarse algunos gustos nuevos” señaló Leonardo y comentó que la variedades de Dwarf son sabores que llegan desde Barda Del Medio, Cipolletti y Neuquén.
Pero para el responsable de este bar la clave está en la distinción, no es lo mismo comprar una cerveza industrial en el almacén del barrio que tomarse unos minutos en la barra, probar shots de cada variedad y decidir así cuál es la preferida. “Todos vienen con su botellón o pueden adquirirlo acá, algunos más de una vez a la semana y está bueno porque no hay competencia sino compañerismo entre los bares” remarcó Leonardo que sostiene, al igual que otros tantos fanáticos de la artesanal, que es una moda que llegó para quedarse.